Para una sustancial cantidad de argentinos la del 8 de diciembre no es una fiesta más. El dogma de la Inmaculada Concepción de María -establecido en 1854 por el papa Pío IX- caló hondo y contribuyó a profundizar los caminos de la fe. Sobre todo entre los católicos, que encuentran en la Virgen el consuelo y el amor propios de la clásica figura materna. De allí que en la Argentina, al igual que en muchos otros países de similar raigambre religiosa, se haya elevado la fecha a la categoría de feriado nacional. Un feriado que, como todos aquellos insospechados de propósitos turísticos, es inamovible en el día de su celebración.
Es común disfrutar de una jornada extra de descanso, como este miércoles no laborable, sin conocer qué la motivó. Y más tratándose de un feriado de carácter religioso, tan específico como es el caso del Día de la Virgen. Lo que hizo Pío IX fue instaurar como dogma de la Iglesia Católica que María se libró del pecado original desde el momento de su concepción (de allí lo de Inmaculada Concepción). Esto es sinónimo de pureza; es más, hasta no hace mucho se escuchaba como saludo un habitual “Ave María Purísima”, cuya respuesta es “sin pecado concebida”. “Es doctrina revelada por Dios y que a todos obliga a creerla como dogma de fe”, sentenció el Papa en aquel momento.
La liturgia católica es abundante en rituales que los creyentes cumplen con potentes muestras de devoción a María: peregrinaciones, ofrendas, promesas, procesiones, cadenas de oración. Mientras, la Argentina está cruzada en toda su geografía por un fervor mariano que se reconoce en ciudades, pueblos e instituciones consagradas al patronazgo de la Virgen. Sobran los ejemplos en territorio tucumano, empezando por Concepción, cuyo nombre remite justamente a esta jornada tan representativa del sentir cristiano.
Ahora bien, ¿cómo incluir a los no creyentes en esta celebración, abriéndola a la sociedad en su conjunto? ¿Es posible, tratándose de un festejo tan ligado a la grey católica? Sí, porque se trata de espacios que invitan a la reflexión y que sirven, a partir de la conjugación de valores que son comunes a toda la ciudadanía, para encontrar puntos de encuentro.
Tomemos las palabras de monseñor Carlos Sánchez, cuando en su homilía dedicada a la Virgen de La Merced nos instó a ser “servidores de esperanza”. “Somos servidores de la esperanza si le damos batalla al egoísmo, saliendo de nosotros mismos y entregando lo que somos y tenemos en servicio de los demás -sostuvo el Arzobispo de Tucumán-. Somos servidores de la esperanza cuando enfrentamos la ambición y la combatimos con generosidad y solidaridad, porque ¿para qué sirve acumular? Hay que compartir. Somos servidores de la esperanza cuando vencemos la indiferencia al hacernos cargo del hermano caído y lo tratamos cordial y fraternalmente. Somos servidores de la esperanza cuando caminamos con otros, nos juntamos, nos organizamos, ponemos los bienes en común y los disponemos al servicio de los que más necesitan. Somos servidores de la esperanza cuando soñamos una Argentina unida, fraterna, libre de corrupción, de injusticias y agresiones”.
Estos conceptos que apelan a principios universales de amor y de solidaridad abrazan tanto a cristianos como a no creyentes. Por eso, en todos los casos, este 8 de diciembre puede cumplir la valiosa misión de ayudarnos a crecer.